Ayer terminaron de colgar los últimos finalistas de esta edición del Notodofilmfest y a simple vista no hay que lamentar la ausencia de ninguno de los cortos teóricamente favoritos, véase por ejemplo Vermut de Oriol Puig, ¿Quién está ahí? de Alejandro Pérez Blanco, Dramas microscópicos de Julio Mazarico… Lo que nos conduciría a pensar que el Comité de selección este año no ha metido la pata. Craso error, claro que la ha metido. Repasando de manera más detenida los noventa y un finalistas solo la mitad de ellos son trabajos más que dignos, el resto merece un amplio abanico de calificativos que podría extenderse desde la mediocridad hasta la autentica basura.
Sospecho que entre los que se han quedado fuera orbita una pregunta similar a esta:
¿Qué tiene esta basura que no tiene la mía?
Por lo menos es lo que me pregunto yo. Lo que voy a hacer a continuación será colgar algunos de esos cortos que se han quedado fuera de la final y que a mi juicio merecerían estar con todos los honores entre los elegidos. Como tengo un buen ramillete subiré uno por día hasta que se me pase el cabreo (cabreo de mentirijillas, claro, que yo soy muy buena onda).
Hoy comenzamos con Forguetina de Juan Alberto de Burgos García, un buen chiste, con unos actores estupendos, bastante bien planificado y rodado, dónde tal vez se le pueda achacar una leve falta de ritmo al final. Hala, opinen, opinen…
17 feb 2010
16 feb 2010
Agora no, que dirían por ahí
Nunca he sentido un especial interés por el cine de Amenábar pero el domingo en la gala de los Goya mirando su cara de me pica y no me puedo rascar simpaticé un poco con él. Supongo que como andaba dándole vueltas a las razones que le permitieran resolver el porqué una película de tres millones arrebata los mejores premios a una de cincuenta no pudo improvisar otra que esa tan típica de las galas, festivales y demás cuando se piensa que uno es el que realmente merece el premio, cara de felicidad estreñida.
Si he de ser sincero debo confesar que todavía no había visto ninguna de las dos pero a tenor de los precedentes de cada director lo más lógico sería apostar por el tío que en su haber figura como opera prima Tesis y no por el que firmó El corazón del guerrero. Anoche mientras cenaba un espectacular arrocito con chipirones fui comprobando una a una esas razones que seguramente Amenábar buscaba la noche del domingo.
Presumo y solo presumo, que cuando se invierte tanto dinero en algo que no dura más allá de las dos horas no puedes evitar que haya demasiada gente a tu alrededor interesada en que todo salga como ellos piensan que es la mejor manera posible. Me gusta pensar esto y no que a Amenábar le vino grande el traje, me gustaría pensar que a la quinta vez que repitieron la escena en la que se cargan los decorados el director perdió de vista el conjunto de la historia y se centró en grabar con éxito la siguiente toma. Lo cual es tan peligroso que puedes acabar rodando el clímax de tu película con la cámara boca abajo.
La mayor parte de los planos con grúa están mutilados, muchas de las transiciones encajan con calzador, cámaras lentas de mal gusto, rápidas fuera de lugar, vergonzante abuso del Google Earth… todo esto indica que la idea que tenía entre manos era diferente cuando estaba rodando pero al llegar a la sala de montaje no le casaba un plano con el otro ni de casualidad; así que a duras penas se puede salvar la historia pero ni hablar del ritmo, prácticamente invariable, ni de los personajes, de los cuales no se termina por empatizar con ninguno; ni de la acción, que salta de escaramuza a discurso de Hypatia y de discurso a escaramuza desde el minuto uno hasta el final de la película sin apenas nada más que un inciso romántico cogido por alfileres.
Y lo peor de todo es que pese a su elevado coste no puede reprimir un más que notable tufillo a telefilm de sobremesa.
Aun así he de reconocer que Amenábar tal vez sea el único director de cine español en toda su historia que ha entendido el cine desde una de las mejores perspectivas que éste puede tener, que es la del espectáculo.
Me quedo con Rachel Weisz a la que amo profunda y secretamente.
11 feb 2010
El locurón de un señor Monty Phyton
A tipos como Terry Guilliam en base a unas normas de seguridad elementales les deberían prohibir acercarse a menos de cincuenta metros de una computadora y a quinientos de un croma.
No sé hasta qué punto la muerte de Heath Ledger trastocaría los planes originales del Guilliam. No sé si el fallecimiento del actor desencadenó tal desbarajuste que los cambios llevados a cabo para continuar la historia sin la cara de su protagonista convirtió la cinta en la peli más caótica, parcheada y sin tino de la historia o si en realidad le sirvió a Guilliam para inducir a esos señores que todavía creen en el cine como un buen negocio a pensar que recuperar el dinero invertido después de tan mala noticia podría resultar de mal gusto.
De la película no se puede decir ni siquiera que es visualmente atractiva, los efectos 3D que en teoría son su punto fuerte a decir verdad no aspiran a ser mejor que los de cualquier videojuego para la play. Quizá se salve por algunos momentos gracias a la desconcertante carita de porcelana de Lily Cole y algún que otro de fotografía efectista y abigarrada puesta en escena. Todo lo demás fuegos de artificio que no levantarían de la boca ni el “oh” de un niño de tres años.
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