18 ene 2011

Culebrón sin lágrimas


Estoy tomando algo con mi amiga Sil en una cafetería muy mona cuando me llama María para proponerme ir luego al cine, le indico que tengo muchas ganas de ir a ver Pa Negre antes de que la retiren de la cartelera, que menudos son los de las salas de cine con las pelis catalanas. Me digo a mí mismo que para haberme despertado a las seis de la tarde sin más expectativas que recalentar unos grasientos espaguetis del sábado anterior mientras me “lobotomizo” con un nuevo reportaje de Españoles por el mundo no está nada mal acumular dos planes un lunes por la noche.

Con este buen ánimo aguardo antes de entrar en la sala a que María termine de escribir un mail en uno de esos teléfonos modernos. Una vez comenzada la película me dura alrededor de veinte minutos. Después de contemplar una de las aperturas más impactantes y brutales que he experimentado en un cine la cinta se va diluyendo como un azucarillo entre el costumbrismo ingenuo y la imprecisión de estilo. Es una lástima porque cada escena está cuidada al detalle, destacando en algunos casos una fotografía excelente, un trabajo actoral importante y unos diálogos más que correctos. Sin embargo estos tres elementos que en un principio deberían haberse aliado en pro del éxito del film por una gestión cobarde se convierten en sus peores enemigos. Excepto Sergi López, Eduard Fernández y Nora Navas que son unos titanes y se mantienen en pie pese a la indefinición de sus personajes el resto de los actores no logra sobrevivir la primera hora de la película. Imprecisos y mal dibujados sobre todo el personaje de Andreu que cruza la barrera de la heroicidad hasta la villanía como el que va a comprar el metrobus. Del mismo modo la relación con su hijo no atraviesa ninguna evolución a lo largo del film y éste mismo relegado a ser un mero espectador durante noventa minutos, en diez es forzado a intervenir como juez supremo entre el afecto y el odio. Empantanándolo todo además una docena de insinuaciones accesorias a la trama principal que en ningún momento se resuelven ni se desarrollan más que en unas pinceladas, lastre literario que Villaronga sin duda arrastra de la novela de Emili Teixidor en la que está basada la cinta.

Agustí Villaronga equivoca tono y ritmo, comienza intentando mantener su independencia como director maldito para no caer en el melodrama con una estética y una transcendencia impostada y termina más cerca del telefilm de encargo que del cine para minorías. La película fracasa porque Villaronga no se atreve a enfrentar el culebrón que tiene enfrente, lo disfraza y aún se atreve a darnos lecciones de vida a lo new age cuando lo único que se le hubiera pedido es que emocionara. Pa Negre no emociona, y no lo hace porque el héroe no está trazado, el protagonista no interviene en la trama más que como testigo y el ruido literario de los diálogos ahoga el ritmo, interés y progreso de la historia.

Al salir del cine María me comenta que le ha gustado, así que me ahorro justificar mi mala elección (elegir película en los tiempos que corren es toda una responsabilidad, no se crean), esto y una quesadilla de pollo bastante decente que nos zampamos luego me ayuda a subir la nota de Pa Negre al suficiente con honores.


14 ene 2011

Natalie Portman lo sabe



Ella dice:

I felt it. Perfect. I was perfect”. Son sus últimas palabras y lo sabe. Natalie Portman lo sabe. Tiene medio oscar en el bolsillo y media legión de fans prácticamente analfabetos buscando en la wikipedia quién cojones era Tchaikovsky. Esa es la magia del cine, la que hace que se distinga de las demás artes, la posibilidad de acercar la belleza y la perfección a las masas manteniendo de manera simultánea al instrumento de la misma en una categoría análoga a la del pop star. Darren Aronofsky lo sabe. Darren Aronofsky es un genio. Y también lo sabe. De sus cinco películas dos son magistrales, dos son de culto y una… bueno, una es bastante discutible.

Black Swan entra dentro de las magistrales. No es perfecta pero tampoco creo que Aronofsky lo pretendiera, solo crear la ilusión de que sí lo es. La mitad de la cinta es sobria y sí, perfecta, puesta en escena, clima, suspense, desarrollo, actuaciones. La segunda mitad no es perfecta pero está lejos de apelativos como “conjunto de despropósitos”, “ejercicio de histeria”, “esperpento barato” (… por cierto, cada día que pasa me convenzo más de que el criterio cinematográfico de Carlos Boyero es tan válido como el sentido de la democracia para Hugo Chávez). Es justo esa amalgama de efectismos, para nada caóticos o maliciosos qué dicen, sino concienzudamente hilados y programados los que nos llevan hacia la consecución de un climax que, señores! dura treinta minutos. No me vengan ahora con el cuento de si la abuela fuma o si la abuela se mea… el cine es trampa, siempre lo ha sido y Hitchcock hacía trampa todo el rato. A ver si este judío pagado de sí mismo no va a poder!

Morfología de una pesadilla, la belleza y su lado oscuro, que es la obsesión por conseguirla. Si el gran Satoshi Kon levantara la cabeza se sentiría bastante más orgulloso de la reinterpretación que hace Aronofsky de Perfect Blue que la que hizo este mismo año Christopher Nolan de Paprika.